Cada vez se encontraban menos. Y no porque él no quisiera, lo que ocurría era que tenía temor de acostumbrarse demasiado, a tal punto que cuando uno de ellos (él) dijera hasta aquí, no tendría valor de echarse atrás, de olvidarlo. Por ello no respondía a sus llamadas, evitaba toparse con él en la universidad, inventaba excusas cuando le pedía que se vieran en su casa. Estoy ocupado, he prometido salir con una amiga, prefiero pasarla en mi cuarto ¿que vengas?, no mis viejos están en casa, sospecharían. Muy a su pesar, y de nada había valido las prevenciones, estaba empezando a sentir cosas por él, y, lo intuía, él igualmente. Eso lo percibía en los instantes en que por fin se veían, en la forma en cómo lo abrazaba, lo besaba, lo olía. Daba la impresión de que quería retenerlo, amarrarlo con sus caricias, impedir que se fuera. Daba la sensación de que él deseaba que continuaran juntos en la cama, entrelazados en la penumbra, en la secreta oscuridad que les ofrecía la habitación de la casa de sus padres, en el refugio que representaban esas paredes, porque una vez que se separaran, que uno de los dos se deslizara por las sabanas y pisara el frío piso, eso habría acabado, y la inclemente realidad de sus vidas vendría a devolverles a su insufrible monotonía.
Dos jóvenes de veinte años, estudiantes aparentemente normales para el resto, que se tiraban a escondidas y con ansias; en esa absurda sentencia pensaba a menudo Enrique luego de que terminaran de restregar sus cuerpos. Dos cojudos que creen que podrán vivir ignorando esto, peor aun ignorándonos. Era martes, agosto, las clases de la universidad absorbían el tiempo y hace semanas no se veían. Hoy por fin Enrique había aceptado la invitación de Aldo de venir a su casa, ya que sus padres habían viajado y la casa sería para ellos. Enrique por un momento estuvo a punto de negarse, pero noto en el timbre de voz de Aldo una ansiedad que lo conmovió. Así que se baño, se vistió, tomo un taxi y llego a la casa con una extraña mezcla de rencor y nostalgia. Apenas cruzó la puerta del cuarto, Aldo lo empujo contra la pared y le beso.
-Tranquilo, que me vas a romper la espalda- le dijo sonriendo, pero Aldo no le hizo caso, le alzó el polo y beso su pecho, mordisqueándolo. Luego le quitó el pantalón veloz, y lo puso de espaldas, sin hablarle, sin pedirle que se mantuviera quieto mientras lo penetraba. Le embistió con ansias, tapándole la boca con su velludo brazo derecho. Enrique estuvo a punto de protestar, no lo hizo, temía que si hablaba, Aldo haría algo que no le agradaría.
Sin embargo, antes que se viniera, Aldo se apartó de Enrique y se tiró en la cama de bruces, con la mitad del cuerpo descubierto, jadeando. Enrique se subió el pantalón y permaneció quieto sin saber qué hacer, ni qué decir, ni si irme a su lado y consolarlo, o retirarme de la habitación e irme a casa.
-¿Consolarlo, pero de que?- preguntó Tina.
-Ivón esta embarazada.- dijo Aldo, al rato.
De pronto, el cuarto dejó de ser ese recinto protector que representaba, se transformó en un lugar hostil, gélido. Enrique calló unos cuantos minutos, en tanto Aldo se cubría el cuerpo y se sentaba al borde de la cama fumando un Hamilton mentolado. Las piernas separadas, la mano izquierda cayendo perezosa en medio de ellas, la mirada perdida en la pared. Enrique se apoyó en el muro, y deslizó su espalda por el, hasta sentarse en el suelo. Tenía la boca seca, y su corazón latía rápido.
-Bueno, que buena noticia. Espero que lo tengan-dijo Enrique con una mueca .
- ¡NO seas huevón! No es ninguna noticia buena. Es la peor de todas- dijo Aldo con disgusto.
-Pensé que querías a Mónica.-dijo Enrique con un dejo irónico.
-La quiero, pero no tanto como para que seamos padres. No ahora.
- Bueno, algo tendrán que hacer. No pueden deshacerse del niño, seria cruel.
-Lo se, no lo pienso hacer. Una vez basta-dijo Aldo sacudiendo la cabeza. Enrique de repente lo encontró aniñado.
-Embarazo a una empleada cuando tenía quince. La obligo a que aceptara deshacerse del niño. La pobre no le quedo de otra que hacerle caso, además le amenazó con que él no se haría cargo del niño, que podría denunciarla por meterse con un menor de edad, ya que ella era siete años mayor.-dijo Enrique.
-Eso es repugnante.-dijo Tina.
-Lo es. Sé que lo es.
-¿Y qué paso con ella?
-Murió por una infección a las trompas, o una cosa así. Aldo nunca pudo superarlo, lo sé por que él cuando lo cuenta llora, aunque no creas llora. Dice que nunca se lo va a perdonar, que será su condena eterna.
-¿Y a pesar de lo que hizo estuviste con él?-dijo Tina.
- Veras, para un chico como yo no hay mucho que escoger. Se me cruzó en mi camino y yo lo tome. Así de simple.
-No, no lo haremos. Hemos decidido tenerlo, lo jodido será decirlo a nuestros padres.- explicó Aldo - ¿Por qué pones esa cara?
-¿Qué cara?
-Esa, esa misma que pones.
-Déjame, no tengo nada.
-No me digas que estás celoso- y se le encendió un brillo en los ojos al decírmelo, una leve esperanza, como si eso hubiera sido lo que espero por semanas, meses.
-Calla idiota- ¿celoso yo? ¿De ti? Primero me visto de Dark Quenn, antes que hacerte una escenita.
-Uy eso quiere decir que sí lo estas- y se empezaba a divertir, le divertía verme así, pero yo no, yo quería llorar, golpearlo.
-¡Vete a la mierda!- le dijo Enrique. Se puso de pie y salió disparado del cuarto tras los gritos de Aldo que le llamaban. Cruzó la sala como un rayo y al saltar a la calle un aire helado en el rostro le trajo la calma. Camino rápido, al avanzar media cuadra, escuchó la voz de Aldo llamándolo. Giró molesto
-Hey ¿a donde vas?- le dijo Aldo- No te puedes ir así.
- Claro que puedo, ya lo estoy haciendo.
- Vamos tranquilízate. Disculpa si te incomode con lo de Mónica, es que no tenía a quien decírselo. Volvamos a la casa, ven vamos- le dijo Aldo poniéndole una mano en el hombro. Por un momento Enrique se ablando, la imagen de Aldo, el rostro de Aldo con esa sonrisa dibujada, los pómulos perfectos, los ojos verdes, la nariz aguileña, lo atrapo como tantas otras veces, como la vez que lo conoció, como siempre lo haría si continuaban la farsa. No obstante, Aldo quito la mano de su hombro en el instante que un vecino paso cerca de ellos. Aldo le dijo buenas noches. Enrique bajo la mirada, comprendiendo todo.
-¿Vienes?- insistió Enrique- Mira que no acabamos lo que empezamos.
-¿Dime que soy para ti?
-Eh…
-Se quedo mudo, alucinado. Creo que esa pregunta la había esperado que se la hiciera desde antes, ahora lo entiendo. Sí, su rostro era el reflejo del desconcierto que le provocaba toparse con esa dura interrogante, una pregunta que él mismo se la habrá hecho a menudo-dijo Enrique.
-¿Y que te dijo?-dijo Tina.
-¿No lo has entendido? ¿Qué soy para ti?
Dos jóvenes de veinte años, estudiantes aparentemente normales para el resto, que se tiraban a escondidas y con ansias; en esa absurda sentencia pensaba a menudo Enrique luego de que terminaran de restregar sus cuerpos. Dos cojudos que creen que podrán vivir ignorando esto, peor aun ignorándonos. Era martes, agosto, las clases de la universidad absorbían el tiempo y hace semanas no se veían. Hoy por fin Enrique había aceptado la invitación de Aldo de venir a su casa, ya que sus padres habían viajado y la casa sería para ellos. Enrique por un momento estuvo a punto de negarse, pero noto en el timbre de voz de Aldo una ansiedad que lo conmovió. Así que se baño, se vistió, tomo un taxi y llego a la casa con una extraña mezcla de rencor y nostalgia. Apenas cruzó la puerta del cuarto, Aldo lo empujo contra la pared y le beso.
-Tranquilo, que me vas a romper la espalda- le dijo sonriendo, pero Aldo no le hizo caso, le alzó el polo y beso su pecho, mordisqueándolo. Luego le quitó el pantalón veloz, y lo puso de espaldas, sin hablarle, sin pedirle que se mantuviera quieto mientras lo penetraba. Le embistió con ansias, tapándole la boca con su velludo brazo derecho. Enrique estuvo a punto de protestar, no lo hizo, temía que si hablaba, Aldo haría algo que no le agradaría.
Sin embargo, antes que se viniera, Aldo se apartó de Enrique y se tiró en la cama de bruces, con la mitad del cuerpo descubierto, jadeando. Enrique se subió el pantalón y permaneció quieto sin saber qué hacer, ni qué decir, ni si irme a su lado y consolarlo, o retirarme de la habitación e irme a casa.
-¿Consolarlo, pero de que?- preguntó Tina.
-Ivón esta embarazada.- dijo Aldo, al rato.
De pronto, el cuarto dejó de ser ese recinto protector que representaba, se transformó en un lugar hostil, gélido. Enrique calló unos cuantos minutos, en tanto Aldo se cubría el cuerpo y se sentaba al borde de la cama fumando un Hamilton mentolado. Las piernas separadas, la mano izquierda cayendo perezosa en medio de ellas, la mirada perdida en la pared. Enrique se apoyó en el muro, y deslizó su espalda por el, hasta sentarse en el suelo. Tenía la boca seca, y su corazón latía rápido.
-Bueno, que buena noticia. Espero que lo tengan-dijo Enrique con una mueca .
- ¡NO seas huevón! No es ninguna noticia buena. Es la peor de todas- dijo Aldo con disgusto.
-Pensé que querías a Mónica.-dijo Enrique con un dejo irónico.
-La quiero, pero no tanto como para que seamos padres. No ahora.
- Bueno, algo tendrán que hacer. No pueden deshacerse del niño, seria cruel.
-Lo se, no lo pienso hacer. Una vez basta-dijo Aldo sacudiendo la cabeza. Enrique de repente lo encontró aniñado.
-Embarazo a una empleada cuando tenía quince. La obligo a que aceptara deshacerse del niño. La pobre no le quedo de otra que hacerle caso, además le amenazó con que él no se haría cargo del niño, que podría denunciarla por meterse con un menor de edad, ya que ella era siete años mayor.-dijo Enrique.
-Eso es repugnante.-dijo Tina.
-Lo es. Sé que lo es.
-¿Y qué paso con ella?
-Murió por una infección a las trompas, o una cosa así. Aldo nunca pudo superarlo, lo sé por que él cuando lo cuenta llora, aunque no creas llora. Dice que nunca se lo va a perdonar, que será su condena eterna.
-¿Y a pesar de lo que hizo estuviste con él?-dijo Tina.
- Veras, para un chico como yo no hay mucho que escoger. Se me cruzó en mi camino y yo lo tome. Así de simple.
-No, no lo haremos. Hemos decidido tenerlo, lo jodido será decirlo a nuestros padres.- explicó Aldo - ¿Por qué pones esa cara?
-¿Qué cara?
-Esa, esa misma que pones.
-Déjame, no tengo nada.
-No me digas que estás celoso- y se le encendió un brillo en los ojos al decírmelo, una leve esperanza, como si eso hubiera sido lo que espero por semanas, meses.
-Calla idiota- ¿celoso yo? ¿De ti? Primero me visto de Dark Quenn, antes que hacerte una escenita.
-Uy eso quiere decir que sí lo estas- y se empezaba a divertir, le divertía verme así, pero yo no, yo quería llorar, golpearlo.
-¡Vete a la mierda!- le dijo Enrique. Se puso de pie y salió disparado del cuarto tras los gritos de Aldo que le llamaban. Cruzó la sala como un rayo y al saltar a la calle un aire helado en el rostro le trajo la calma. Camino rápido, al avanzar media cuadra, escuchó la voz de Aldo llamándolo. Giró molesto
-Hey ¿a donde vas?- le dijo Aldo- No te puedes ir así.
- Claro que puedo, ya lo estoy haciendo.
- Vamos tranquilízate. Disculpa si te incomode con lo de Mónica, es que no tenía a quien decírselo. Volvamos a la casa, ven vamos- le dijo Aldo poniéndole una mano en el hombro. Por un momento Enrique se ablando, la imagen de Aldo, el rostro de Aldo con esa sonrisa dibujada, los pómulos perfectos, los ojos verdes, la nariz aguileña, lo atrapo como tantas otras veces, como la vez que lo conoció, como siempre lo haría si continuaban la farsa. No obstante, Aldo quito la mano de su hombro en el instante que un vecino paso cerca de ellos. Aldo le dijo buenas noches. Enrique bajo la mirada, comprendiendo todo.
-¿Vienes?- insistió Enrique- Mira que no acabamos lo que empezamos.
-¿Dime que soy para ti?
-Eh…
-Se quedo mudo, alucinado. Creo que esa pregunta la había esperado que se la hiciera desde antes, ahora lo entiendo. Sí, su rostro era el reflejo del desconcierto que le provocaba toparse con esa dura interrogante, una pregunta que él mismo se la habrá hecho a menudo-dijo Enrique.
-¿Y que te dijo?-dijo Tina.
-¿No lo has entendido? ¿Qué soy para ti?
-Eh…
-Se quedo mudo, alucinado. Creo que esa pregunta la había esperado que se la hiciera desde antes, ahora lo entiendo. Sí, su rostro era el reflejo del desconcierto que le provocaba toparse con esa dura interrogante, una pregunta que él mismo se la habrá hecho a menudo-dijo Enrique.
-¿Y que te dijo?-dijo Tina.
-¿No lo has entendido? ¿Qué soy para ti?
Aldo sonrió sin ganas y miro para todos lados. El viento ondulaba su cabello castaño, la luz naranja de las farolas bañaban la calle, el cielo despejado sonreía en una media luna. Abrió la boca, y la cerró. La abrió de nuevo, y otra vez la cerró. Finalmente dijo:
-Un buen amigo-con esfuerzo, con mucho esfuerzo, le costaba mentir sus ojos le delataban-Eso eres hombre, un buen amigo.
-Y supongo que los buenos amigos se tiran a menudo- dijo Aldo con ironía.
-Oye que pesado estas eh… ¿A qué viene tanta inquisición?
-Olvídalo, creo que me voy a casa.
-Pues bien, si deseas irte veté. Ya veo que esta noche, no es tu mejor noche.
-Te equivocas. No es la tuya, la mía si.
Tomo un taxi antes que Aldo respondiera. Por la radio sonaba: dancing with myself. Al arrancar, Enrique miro por el espejo lateral derecho a la figura de Aldo hacerse pequeñita mientras el carro avanzaba. Al perderlo de vista, recostó la cabeza en el asiento. ¿Cuando fue que sucedió? ¿Por que n lograba superarlo? Se bajo del taxi al llegar a la pensión donde vivía. Al trasponer la puerta de su minúscula habitación, tiro las llaves en el escritorio, encendió la llave y se lanzo la cama de bruces.-Otro día en el paraíso- musitó Enrique acariciando la funda de su almohada. Cerró los ojos y se quedó dormido a los dos minutos. En medio de la irrealidad onírica de su mente, creyó ver un rostro hermoso que le sonreía. Era el rostro de Gabriel.
-Se quedo mudo, alucinado. Creo que esa pregunta la había esperado que se la hiciera desde antes, ahora lo entiendo. Sí, su rostro era el reflejo del desconcierto que le provocaba toparse con esa dura interrogante, una pregunta que él mismo se la habrá hecho a menudo-dijo Enrique.
-¿Y que te dijo?-dijo Tina.
-¿No lo has entendido? ¿Qué soy para ti?
Aldo sonrió sin ganas y miro para todos lados. El viento ondulaba su cabello castaño, la luz naranja de las farolas bañaban la calle, el cielo despejado sonreía en una media luna. Abrió la boca, y la cerró. La abrió de nuevo, y otra vez la cerró. Finalmente dijo:
-Un buen amigo-con esfuerzo, con mucho esfuerzo, le costaba mentir sus ojos le delataban-Eso eres hombre, un buen amigo.
-Y supongo que los buenos amigos se tiran a menudo- dijo Aldo con ironía.
-Oye que pesado estas eh… ¿A qué viene tanta inquisición?
-Olvídalo, creo que me voy a casa.
-Pues bien, si deseas irte veté. Ya veo que esta noche, no es tu mejor noche.
-Te equivocas. No es la tuya, la mía si.
Tomo un taxi antes que Aldo respondiera. Por la radio sonaba: dancing with myself. Al arrancar, Enrique miro por el espejo lateral derecho a la figura de Aldo hacerse pequeñita mientras el carro avanzaba. Al perderlo de vista, recostó la cabeza en el asiento. ¿Cuando fue que sucedió? ¿Por que n lograba superarlo? Se bajo del taxi al llegar a la pensión donde vivía. Al trasponer la puerta de su minúscula habitación, tiro las llaves en el escritorio, encendió la llave y se lanzo la cama de bruces.-Otro día en el paraíso- musitó Enrique acariciando la funda de su almohada. Cerró los ojos y se quedó dormido a los dos minutos. En medio de la irrealidad onírica de su mente, creyó ver un rostro hermoso que le sonreía. Era el rostro de Gabriel.
-Así que esa noche soñaste con él-. Dijo tina.
-Si después de tiempo soñé con el-dijo Enrique.
-Si después de tiempo soñé con el-dijo Enrique.