sábado, 26 de febrero de 2011

Dos hombres en una cama

La primera vez que un hombre compartió su cama, fue cuando era adolescente. Había vivido siempre, hasta entonces, dentro de un dilatado deseo hacia sus compañeros de colegio para varones en el que estudiaba. Lo descubrió una mañana de educación física, cuando se dio cuenta que no podia apartar los ojos de los abdominales planos de ellos; solo apartó la mirada en el momento que uno de sus compañeros le miró ceñudo. Desde entonces vivió inquieto, con la conciencia de estar haciendo algo malo cada vez que pensaba en algún muchacho de su colegio, ese malestar aumentaba más los domingos que iba a recibir sus lecciones de catecismo para su primera comunión; sobre todo, se sintió peor al escuchar a su maestro decir que aquellos que pecaran de atracción hacia su mismo sexo, recibirían un horrendo castigo al morir. Optó entonces por buscar a una muchacha candida que en sus brazos le hiciera olvidar el placer atroz que le producía la fantasía de un efebo adolescente. Intentó con tres, y se le llama intento porque con ninguna de ellas llego mas lejos que una caricia furtiva y seca en los muslos. Al poco tiempo, el desamparo por no vencer lo que por esos años consideraba una enfermedad, lo sumió en una profunda depresión que lo encerró en una burbuja oscura desde la cual intentó protegerse.
Cesar me cuenta que fueron años duros y que pensaba que todo estaba perdido hasta la madrugada que Enrique entró en su salón de clases y remeció su mundo. Fue una aparición, una señal del destino. Al encontrar sus ojos, supo que el sería la salvación que buscaba en ese largo camino hacia el autoconocimiento.
-Nos hicimos amigo al poco tiempo, muy buenos amigos- me cuenta Cesar mientras el sol de la tarde calienta nuestros pies- No fue necesario que hicera de aspavientos para que él se me acercara, sucedió naturalmente, como si hubiese estado escrito.
Encontró con Enrique numerosas cosas que a lo largo de sus años había estado perdiendo, recuperó su ánimo, empezó a sonreir con ganas. Si sus años de adolescencia tuvieran un nombre y rostro, esos serían la cara templada de él y su nombre de tres sílabas. Enrique le dio la oportunidad de aprender a aceptarse, a verse de otro modo. Ya no consideraba que estaba mal sentir lo que sentía por otro hombre, si ese sentimiento debía ser compartido con alguién, ése debía ser Enrique.
-Me enseñó a amar lo simple y complicado, me guió por caminos oscuros y claros, me permitió asirme a su mano cuando me caía y me dio lecciones muy importantes.
La primera vez que Cesar estuvo con otro hombre, fue con Enrique. Lo hicieron en la casa de él, una noche en que la pena revalsó el vaso de Cesar. Enrique lo abrazó con un fuego que Cesar nunca había experimentado, hayó en su regazo un cariño protector, una paz que le incitaba a sentirse seguro. Al separar sus cuerpos, él le beso. Luego los eventos siguieron su cause: las ropas caidas, los cuerpos pegados, la piel trémula. Esa noche Cesar supo que era hacer el amor, y no volvería a sentir lo mismo mucho tiempo después. En un punto de la noche, Enrique se separó de él y se quedo contemplando el techo.
-Aún recuerdo ese momento. Yo lo miré extrañado, porque en sus ojos había un brillo que me hacía pensar que en cualquier momento lloraría. De pronto, él se había ido lejos, era como si su cuerpo estuviera ahi, pero su esencia, su espiritú por así decirlo, se hubiera mudado lejos, a no sé donde.
Pasaron dos dias y Enrique no se asomó en la vida de Cesar. No le llamó, ni se presentó en el colegio. Preocupado, Cesar fue a verlo a las casas de sus padres. Los encontró en medio de una gran confusión, yendo de un lado a otro. Apenas llego a oir algo parecido a que se había ido lejos y que no había dejado una nota, ni nada que indicara su paradero. Desangrando por dentro, Cesar volvió a casa con los pies flotando sobre el suelo. Al traspasar el umbral, un sobre en el piso de madera le llamo la atención. Lo recogió.
Era una carta y estaba dirigida a él.
-En ella Enrique se disculpaba por su decisión. Me contaba que eso ya lo había decidido desde antes, pero que mi aparición retrasó su huida. Sin embargo, existía una razon que no le hizo olvidar aquello, y que le martirizo por días y días, hasta que ya no pudo más y terminó largándose. No me reveló por qué lo hizo, no me contó donde estaba. La carta terminaba con una promesa de un reencuentro, ya que tarde o temprano los caminos terminan juntándose.
Esa noche, Cesar no pudo dormir. Hastiado, se levantó de madrugada y se sentó frente a su computadora. Estuvo largo rato frente a la pantalla blanca, hasta que escribió : he decidido que cuando cumpla diesciocho, me iré de casa. Tras eso, durmió tranquilo
Tenia quince y faltaban tres años para que cumpla su promesa. Lo que no pensó en ese momento Cesar es que en tanto tiempo pueden ocurrir cosas y que esas cosas son mas especiales si se es adolescente y se decide de pronto emprender un camino solo.

viernes, 25 de febrero de 2011

Sobre cómo conocí a Cesar

-Hey ¿cómo te llamas? -le pregunté
-Cesar ¿ Y tú?
-Yo, ps, eso no importa ahora...¿qué haces aquí?
-Lo mismo que tú hombre, nada mas que mirar el horizonte y ver si alguien se asoma por ahi.

Había caminado mucho, había subido a varios buses, había ido por rumbos desconocidos, y nunca se me cruzo él. O era que pecaba de muy despistado, o era que andaba tan ensimismado en mí que no me percate que alguién se sentó en la banca de aquél parque vacio. Giré la cabeza y ahí estaba, mirando hacia la misma dirección que yo.
Luego de las presentaciones de rigor, empezó, no se por qué empezo, a contarme extractos de su vida. Yo lo oía en silencio, pensando en una vieja balada que había oido hace tiempo. Y el en tanto me decía que estaba harto del mundo, de todo, que quería correr y correr, hasta que sus pies no tocaran el suelo y el cielo ya no fuera el límite.

-¿Por qué estas aquí?-me volvió a preguntar.
-No se, no se por qué estoy aquí, lo que sé es que llegaste tú y siento que cambio todo. -le respondí sonriéndole.

Se llamaba Cesar y esta creo que es su vida.